Fricciones #2: Complejidades urbanas, innovación y desorden

Las ciudades son sistemas abiertos, dinámicos y especialmente complejos. Hasta no hace mucho, el urbanismo ha tratado de comprenderlas y ordenarlas desde lógicas racionalistas y planificación lineal. Pero ni antes ni, sobre todo, ahora, con el aumento de la complejidad y la incertidumbre ha sido suficiente con eso. En este texto reflexionamos sobre cómo desde la innovación y el pensamiento creativo se pueden encontrar nuevas formas de entender y transformar las ciudades y, por qué no, abrazar un cierto grado de desorden.

Foto de Vincenzo de Simone
Fecha
9 de octubre de 2025
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VUCA es un acrónimo de cuatro palabras inglesas: Volatility (Volatilidad), Uncertainty (Incertidumbre), Complexity (Complejidad) y Ambiguity (Ambigüedad). Es un concepto originado en el ámbito militar, pero que se utiliza en otros como el empresarial y el académico. Sirve para definir entornos impredecibles en los que los retos se acumulan y aceleran. Aunque el siglo XXI aún muestra datos positivos en algunos de los principales indicadores de desarrollo humano, cuesta no reconocer que vivimos en un momento VUCA.

En este presente volátil e inestable, desafíos como el cambio climático, los movimientos migratorios, la inestabilidad económica y el reto demográfico, entre otros, añaden un plus de complejidad e incertidumbre a ese 2% de la Tierra donde se concentra más del 50% de la población humana: las ciudades.

Hasta mediados del siglo pasado, los estudios sobre lo urbano se centraban, sobre todo, en la forma, el orden y la estructura de la ciudad desde lógicas racionalistas y deterministas. La ciudad se entendía como una máquina que debía funcionar con jerarquía y eficiencia —inspirada por el paradigma tecnocientífico de la modernidad—. Un urbanismo que buscaba formas claras, zonificaciones estancas y un ideal de equilibrio estable trasladando al espacio urbano un análisis de la realidad urbana sectorial, estanco y lineal que entendía la complejidad como suma de partes independientes.

La noción de complejidad urbana comienza a perfilarse a mediados del siglo XX, cuando Warren Weaver acuña el concepto de problemas de complejidad organizada y los identifica como los fenómenos sociales, urbanos e incluso biológicos que no pueden abordarse desde el reduccionismo o la estadística, sino que requieren de nuevos enfoques interdisciplinarios pues están caracterizados por la heterogeneidad, la interdependencia y la coherencia en la diversidad. Esta intuición es recogida por Jane Jacobs y Christopher Alexander, quienes abren la puerta a concebir las ciudades como sistemas adaptativos y multiescalares, compuestos por diversos elementos interconectados —infraestructuras, actores, dinámicas sociales, económicas, políticas y medioambientales— cuyas interacciones generan comportamientos espontáneos difíciles de predecir y de controlar con modelos lineales o deterministas.

En este mismo sentido, el filósofo y sociólogo Edgar Morin propone aplicar a las ciudades un pensamiento complejo que supere el paradigma tecnocientífico de la simplificación, subrayando que las urbes, como sistemas vivos, necesitan abordarse como realidades abiertas, inacabadas y en constante evolución. Se empieza entonces a consolidar la idea de ciudad como un sistema abierto y complejo difícil de planificar a largo plazo. Surgen corrientes de pensamiento sobre el diseño urbano que se alejan del urbanismo funcionalista y que asumen que, además de la complejidad espacial y morfológica, la ciudad contiene muchas otras complejidades.

El geógrafo y urbanista británico Michael Batty se apoya en el trabajo del matemático nacido en Polonia Benoît Mandelbrot para replantear cómo entendemos el crecimiento y la forma de las ciudades. Aplica sus ideas en torno a la geometría fractal al análisis urbano y observa que las ciudades no crecen de forma ordenada o uniforme, sino que lo hacen a través de patrones autosimilares e irregulares como los que Mandelbrot había identificado en la naturaleza. En su libro Fractal Cities (Academic Press, 1994), coescrito con su colega de University College of London Paul Longley, demuestra que las estructuras urbanas —desde redes viales hasta usos de suelo— funcionan como sistemas de complejidad organizada, donde reglas simples producen formas irregulares pero coherentes. Esta “nueva ciencia de las ciudades”, como él mismo la denomina, le permite calcular la dimensión fractal de distintos entornos urbanos para comparar su grado de complejidad morfológica y mostrar cómo los patrones de crecimiento se explican mejor mediante modelos iterativos, más próximos a los procesos naturales o ecosistémicos que a los principios de la ingeniería o del urbanismo tradicional.

La ya mencionada Jane Jacobs habla de la diversidad funcional y social y propone una metodología basada en la observación directa de la vida urbana. Christopher Alexander expresa la idea de un orden orgánico y de patrones que emergen de la experiencia cotidiana. Jan Gehl, siguiendo la estela de Jacobs, emplea la observación sistemática del espacio público como base para diseños centrados en las personas… Son muchas y diversas las formas en que los especialistas se enfrentan a las complejidades urbanas, pero éstas siguen aumentando y, con perdón del pleonasmo, haciéndose más y más complejas.

Para este tipo de desafíos, los métodos tradicionales de solución de problemas, deductivos y lineales, fallan. Cuando se aplica un método de diagnóstico-solución-implementación-evaluación, el sistema cambia en pleno proceso y el problema ya es de otra manera.

Design thinking

En 1991, un equipo surgido de la Universidad de Stanford y liderado por David y Tom Kelley funda la consultora IDEO y convierte en práctica lo que había desarrollado como teoría en dicha universidad: el design thinking. Se trata de una metodología centrada en las personas, que combina pensamiento creativo y analítico para generar soluciones innovadoras. Se basa en entender profundamente las necesidades reales de los usuarios, redefinir los retos desde esa empatía y explorar múltiples posibilidades mediante la experimentación, la iteración —prueba-error— y la colaboración interdisciplinar. Son métodos abiertos, exploratorios, experimentales, donde la empatía toma el protagonismo y por eso se comprenden y gestionan mejor las complejidades sociales y económicas en las que el ciudadano y el resto de los agentes sociales y económicos juegan un papel protagonista.

El design thinking está cada vez más integrado en el diseño urbano y está haciendo las ciudades más participativas, creativas, adaptativas y centradas en las personas. Aún no está reemplazando a la planificación urbanística tradicional, pero está demostrando ser la forma más efectiva de abordar la complejidad urbana en todas sus dimensiones. Permite escuchar y observar mejor a la gente que hace y vive la ciudad, explorar la experiencia ciudadana más allá de las encuestas y los datos técnicos, idear soluciones rápidamente, testarlas con usuarios a bajo coste antes de escalarlas —aprendiendo mucho de esos procesos y mejorando los diseños con retroalimentación real— y, muy importante, impulsar una co-creación que ayuda a los diferentes actores y agentes a sentirse parte del diseño urbano.

Actualmente, el design thinking se está aplicando especialmente en el diseño de nuevos servicios urbanos, en intervenciones tácticas en el espacio público, en procesos participativos y en planteamientos estratégicos de transformación urbana de alto impacto. De hecho, la Comisión Europea lleva años integrando estos principios en sus políticas de mejora de los servicios públicos, la innovación social, la regeneración urbana y la gobernanza. Aunque no siempre se refiere a ello como design thinking, sí aplica sus principios fundamentales. En algunos casos vinculados a la ciudad sí se menciona a esta metodología de forma literal: New European Bauhaus, Horizon Europe, EIT Urban Mobility o las Urban Innovative Actions de EU Initiative.

Hay quien puede considerar desordenados estos métodos de innovación, pero en realidad son una forma de estructurar el caos, un sistema de trabajo abierto, ambiguo y fluido que de ningún modo es improvisado. En cualquier caso, para trabajar en y con la ciudad, hay que abrazar de alguna manera el desorden.

El sociólogo y urbanista Richard Sennett, por ejemplo, defiende el valor del desorden y el diseño incompleto en la ciudad. Aboga por las ciudades inacabadas y adaptables, donde el conflicto, la imprevisibilidad y la fricción son ingredientes necesarios para el desarrollo urbano, humano y social. En sus distintas obras, Sennett elabora un conjunto de principios y formas de afrontar la complejidad institucional y de gobernanza, haciendo un llamamiento a la lucha por el espacio público y las infraestructuras. Propone “diseñar con fricción, no contra ella”: la buena ciudad no es la que elimina el conflicto sino la que sabe contenerlo y hacerlo productivo. Así, según él, la ciudad abierta no tiene por qué ser caótica, sino mantener una estructura que permita la transformación y la apropiación ciudadana.

En Khora, nos preguntamos muchas veces hasta dónde provocar ese desorden para abordar las complejidades urbanas y enfocar la resolución de sus problemas. Nuestro trabajo parte de un cuestionamiento permanente sobre cómo navegar y afrontar los retos de las ciudades con métodos que inviten a la innovación, aceptando un pequeño caos y asumiendo ciertos riesgos en los resultados.

 

Pablo Macías

CEO y fundador de Khora.